Retratados en Roma

Al mismo estilo de Josep Pedrerol y su predilecta frase utilizada en su Chiringuito, es como quedamos una noche de julio en la ciudad eterna. Ese viaje lo hicimos con otra pareja y hay que decir que nos lo pasamos genial. Fijaros si fue bueno que hasta nos dejó anécdotas tan divertidas como la que os contaremos.

Si nuestra memoria no nos falla era la última noche y queríamos pasarla en la Plaza Navona, una de las más bonitas de Roma, aún más cuando la luz de la luna se refleja en sus fuentes. Aquella noche la luna no estaba tan brillante, igual que una humilde retratista: Giovanna, protagonista de esta historia.

Al llegar, cuando el sol aún dejaba los últimos destellos del día, nos quedamos enamorados de los trabajos de esa retratista. Estaba trabajando con una niña que parecía que su rostro salía del lienzo. Quedamos impresionados. A Blanca y a mí no nos gusta este rollo pero lo teníamos claro: nos tenía que retratar. Lo hacía perfecto. ¡Hasta habíamos rehusado ser retratados en Montmartre!, el escenario perfecto para este tipo de escenas.

Sin embargo, al ir con la otra pareja nos hacía dudar ya que Giovanna nos dijo que tardaría unas dos horas en retratarnos y no les queríamos dejar solos. Habíamos ido a Roma con ellos para disfrutar los cuatro y nos sabía mal ser “egoístas”.

Bueno, que al final aceptamos. Nuestra querida Giovanna empezó por el servidor. Al principio Blanca casi lloraba de la emoción: empezó por el pelo y los ojos y me estaba clavando. Los otros dos compañeros opinaban lo mismo. Lo más “jodido” de que te retraten es que tu no ves como lo está haciendo y te tienes que fiar de la infinidad de turistas que pasan por allí y miran durante dos segundos el lienzo y luego unos cuantos más tu rostro. SI les gusta te miran y levantan el pulgar y se quedan un rato más viendo el trabajo. Si no vale nada, miran a su pareja, se van y sin que nadie les oiga comentan “no vale para nada, pobrecitos, lo que les habrá cobrado por esto”.

proceso
A mitad del trabajo…

Todo iba como una seda hasta que se puso a llover. Sí, en ese oportuno momento. La retratista nos dijo que continuaría con el retrato bajo unas galerías que hay en la misma plaza. Allí no pudo continuar porque no se veía y el agua le salpicaba el lienzo. Se levantó y nos dijo: esperad un momento. Sí, en ese momento Blanca y yo dudamos si irnos o no porque trastocaba bastante el panorama: primero porque se podía retrasar bastante, porque temíamos que afectase a la calidad del trabajo y porque estábamos preocupados por nuestros amigos. Eran casi las once de la noche y teníamos un largo recorrido hacia Trastevere, donde nos alojábamos.

Giovanna llegó con un triste paraguas para proteger el lienzo y continuó con la obra bajo una fina lluvia. Desde aquel momento todo empeoró. Se puede decir que con la pausa provocada por la lluvia la artista perdió las proporciones y el trabajo se fue al traste. En esos momentos, los pulgares hacia arriba se convirtieron en comentarios secretos que eran recibidos como pequeñas cuchilladas. No había mejor espejo que la cara de Blanca para ver como iban las cosas.

Cuando Giovanna me dio por terminado, Blanca se sentó y pude ver que no estaba bien. La artista ni me preguntó qué me parecía porque era consciente del mal trabajo que había hecho. Yo aún tenía la esperanza que con el toque final que decía que le faltaba arreglase el panorama, pero no sucedió.

Al final quedó un intento de retrato convertido en el dibujo de dos muñecos muy estilizados. Los rasgos estaban bien definidos pero nos retocó demasiado, y yo quedé un poco deformado (seguramente) por el contratiempo. Por respeto al trabajo y a las horas dedicadas no nos opusimos a pagarle los 50€ que habíamos acordado antes de empezar, pero no quedamos nada contentos. Para ser sinceros, vimos como le supo mal cobrarnos ese importe. Digamos que fue una situación difícil para ambos.

Después de más de medio año nos lo miramos con otros ojos: es un recuerdo y, sobre todo, una experiencia que a parte de quedar escrita y compartida en este blog de viajes quedará “retratado” en nuestras memorias para siempre.

navona
El resultado final. ¿Qué opináis?

Albert Serratacó

Cofundador de Los Traveleros. Barcelona, 1995. He dejado mi huella en 64 países, pero el corazón en Ecuador. Con permiso de Descartes, viajo, miro deporte y luego existo. Ahora soy corresponsal de este blog en todo el mundo y llevo la comunicación a ciclistas profesionales.

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